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HEMA Espada Ropera Taza
Una de las características distintivas de la esgrima histórica es su enfoque en la autenticidad histórica, por eso los practicantes se esfuerzan por imitar el equipo, las vestimentas utilizadas en la época, y especialmente las técnicas de combate y sus movimientos, para lo que precisan de armas similares a las usadas en la época. Esto implica estudiar y utilizar armas históricas, como espadas, dagas, hachas y lanzas, así como también armaduras y equipamiento de protección, tratando de replicar fielmente las condiciones de combate del pasado.
Una de sus disciplinas practica la esgrima de los siglos XVII y XVIII, estudiando las técnicas y tratados de esgrima escritos de la época lo que incluye trabajos de los maestros de la destreza española, Jerónimo Sánchez de Carranza y Luis Pacheco de Narváez.
Las espadas roperas son un tipo de arma blanca que se utilizó ampliamente durante el Barroco en toda Europa y se caracterizan por su elegancia, su hoja larga y esbelta, y su empuñadura elaborada, que permitían a los duelistas realizar movimientos rápidos y precisos.
La hoja de una espada ropera típica tiene una longitud de alrededor de 90 a 110 centímetros y suele ser fina y flexible. Ante el uso de hojas demasiado largas, muy usadas por pendencieros y asesinos a sueldo, Felipe II estableció la medida de la hoja en no más de cinco cuartas de vara burgalesa, lo que unido a la guarnición y pomo nos daba espadas de unos 112 cm, medida con la denominamos a la espadas “de marca castellana”.
Dentro de la amplia tipología de guarniciones de las espadas roperas, la ropera de taza surge en el primer tercio del siglo XVII, perdurando durante todo el siglo y llegando a principios del XVIII. En todo el siglo es característica peculiar de la espada ropera española de cazoleta la extraordinaria longitud de los gavilanes. El borde de las tazas se curva a veces hacia fuera, constituyendo un reborde llamado rompepuntas, cuya finalidad es quebrar o enganchar la punta de la espada contraria.
De entre todas las espadas de cazoleta, las hechas en Toledo recibieron un reconocimiento especial, por la calidad de sus hojas de “anima ferrum” y por la maestría de sus guarniciones: con dibujos y calados, a veces de auténtico encaje, grabados al ácido, plateados o dorados, con gavilanes y guardas torcidas, frecuentemente en espiral, constituyen un conjunto de estética fascinante y evocadora de los gustos artísticos del período.
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